miércoles, 30 de noviembre de 2011

ER – IV BIMESTRE – 2do de Secundaria

RESURRECCIÓN DE JESÚS

1. ¿Qué es la Resurrección de Jesús?

La resurrección de Jesús es la vuelta a la vida, pero con un cuerpo glorificado, al tercer día de su muerte y que es dato central de la predicación apostólica y fundamento de la fe cristiana.

La Resurrección forma una unidad indisoluble con el misterio de la crucifixión y de la muerte porque el que resucita es el crucificado, que conserva las heridas de la cruz. Se trata pues de un único misterio: el misterio de la Pascua de Jesús.

La Resurrección está muy vinculada a la Salvación de los hombres. Con ella, Dios da cumplimiento a sus promesas de un Mesías salvador.

Finalmente, la Resurrección de Jesús confirma la santidad de Jesús, la verdad de sus palabras, la legitimidad de su condición mesiánica. Durante su vida terrena el mismo Jesús apeló a sus milagros como razón para que se creyese en Él, y habló de su resurrección como signo para la generación que le escuchaba, es decir, remitió a su resurrección como prueba de la autenticidad de su mesianismo.

2. El Testimonio del Nuevo Testamento

En el Nuevo Testamento se encuentran numerosísimos testimonios referentes a la resurrección del Señor. Todos los escritos del Nuevo Testamento hablan de la resurrección de Jesús. Puede decirse con rigor que todos estos testimonios apuntan hacia lo que constituye una dimensión esencial del ministerio apostólico: dar testimonio de la resurrección de Jesús. A grandes rasgos podemos decir de ellos lo siguiente:

a) Que ninguno es testigo ocular de la resurrección del Señor. Se la testifica por el encuentro con el resucitado.

b) La existencia de una continuidad entre el crucificado y el resucitado. Se trata del mismo Jesús, que es “reconocido” al aparecerse.

c) Que el cuerpo resucitado del Señor, siendo el mismo, se encuentra en un estado superior en el que no está sometido a las normales leyes físicas.

El anuncio de Jesús. Jesús también anunció su resurrección. Incluso señaló a ésta como prueba de su verdadero mesianismo.

Entre los anuncios de Jesús de su futura resurrección están:

  1. La comparación que hace de su muerte-resurrección con el episodio de Jonás: «Una señal pide, y no se le dará otra señal que la señal del profeta Jonás. Porque de la misma manera que Jonás estuvo en el vientre del cetáceo tres días y tres noches, así también el Hijo del hombre estará en el seno de la tierra tres días y tres noches.».
  2. La que alude a los fariseos y escribas que le piden una señal para creerle: «Destruid este templo y yo lo reedificaré en tres días.».
  3. También aparece unida a las predicciones de su pasión y muerte: «Mirad que subimos a Jerusalén, y el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; le condenarán a muerte y le entregarán a los gentiles, y se burlarán de él, le escupirán, le azotarán y le matarán, y a los tres días resucitará.».

El sepulcro vacío. Es con este relato como comienzan a tratar los evangelistas la resurrección de Cristo. No es que el sepulcro vacío en cuanto tal sea prueba principal de la resurrección: «la prueba definitiva de la realidad de la resurrección son las apariciones».

La realidad del sepulcro vacío sí es imprescindible, en cambio, para que haya tenido lugar la resurrección. Los relatos hablan de una continuidad entre el cuerpo sepultado y el cuerpo resucitado, imposible si el sepulcro no hubiese estado vacío. Hablan de una continuidad entre el que murió en la Cruz y porque murió verdaderamente, fue sepultado, y luego resucitó. Es decir, el mismo que murió, resucitó.

Las apariciones. Son muchas las apariciones de Jesús resucitado que nos relatan los Evangelios. Estas son:

  1. Manifestación de un ángel a la mujeres y a María Magdalena, el primer día de la semana.
  2. Aparición de Cristo a las mujeres y a María Magdalena.
  3. Aparición de Cristo a San Pedro.
  4. Aparición de Cristo a los discípulos de Emaús, el mismo día de la resurrección.
  5. Una o varias apariciones de Cristo encomendando a los Apóstoles la misión de predicar el Evangelio.
  6. Aparición el día de la Ascensión de Jesús a los cielos.

Todos estos relatos testifican un hecho histórico: Jesús de Nazaret, que ha muerto en una cruz, en el Calvario, ha resucitado.

3. Certidumbre de la resurrección de Jesucristo.

Para probar la realidad de la resurrección de Jesucristo, nos bastará dejar establecido que verdaderamente estaba muerto cuando le pusieron en el sepulcro, y que, después, apareció lleno de vida. Como confirmación más plena de la fuerza de este argumento, demostraremos también que, en el presente caso, se hizo imposible cualquier manipulación por parte de los seguidores de Jesús. Por las razones que veremos llegaremos a la conclusión de que la Resurrección es un milagro absolutamente incontestable.

Jesucristo estaba realmente muerto cuando lo bajaron de la cruz. Entre las pruebas que tenemos están:

  1. San Juan, testigo ocular, afirma que Jesús expiró en la cruz, y los tres Evangelistas nos dan el mismo testimonio.
  2. Por las torturas atroces que sufrió antes de ser clavado en cruz; antes bien, si algo puede maravillarnos es que hubiese podido permanecer en ella vivo por tres horas enteras (la sola crucifixión, según el historiador judío Flavio Josefo, bastaba para hacerle morir).
  3. La lanzada que recibió en aquellos momentos habría bastado para quitarle el último soplo de vida.
  4. Pilatos no concedió el cuerpo de Jesús a José de Arimatea sino bajo la aseveración oficial del centurión de que Jesús había muerto realmente.

Jesucristo se mostró, en verdad, lleno de vida después de su muerte. Entre las pruebas que tenemos están:

  1. Comprobado por numerosos testigos oculares que, después de haber visto a Jesús expirar en la cruz, le volvieron a ver, en pleno día y estando en posesión de sus facultades; escucharon sus palabras, recibieron sus órdenes, tocaron y palparon su carne y sus heridas, comieron juntamente con Él.
  2. Esto sucedió en el espacio de cuarenta días y en circunstancias diversas. Tampoco fueron siempre los mismos los que le vieron.
  3. Más lo que da autoridad excepcional a todos estos testigos es que no dudaran en sufrir la muerte en testimonio de la resurrección de Jesucristo. Y sin embargo estos mismos eran los que poco antes se habían mostrado tan duros en creer.

4. Importancia de la resurrección

Además de ser el argumento fundamental de nuestra fe cristiana, la Resurrección es importante por las siguientes razones:

  1. Muestra la justicia de Dios que exaltó a Cristo a una vida de gloria, luego de que Cristo se había humillado a sí mismo hasta la muerte.
  2. Con su Resurrección y posterior Ascensión a los cielos, Cristo completó el misterio de nuestra salvación y redención; por su muerte nos libró del pecado, y por su resurrección nos restauró los privilegios más importantes perdidos por el pecado.
  3. Por su Resurrección reconocemos a Cristo como Dios inmortal, la causa eficiente y ejemplar de nuestra propia resurrección, y como el modelo y apoyo de nuestra nueva vida de gracia.

JESÚS SUBIÓ A LOS CIELOS

1. ¿Qué es la Ascensión del Señor?

La Ascensión de Cristo significa la elevación definitiva de la naturaleza humana de Cristo, es decir con su cuerpo y alma, al estado de gloria divina después de cuarenta días de su Resurrección teniendo como testigos a sus discípulos.

La Ascensión es «vuelta» al Padre del que «salió» para la Encarnación. En este sentido, toda la vida de Cristo se encamina hacia la Ascensión. Así resume Jesús su itinerario en la Última Cena: «Salí del Padre y vine al mundo; ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre».

La Ascensión cierra el período de convivencia de los discípulos con el Señor. A partir de aquí se inaugura un tiempo nuevo –«el tiempo de la Iglesia»- , en el que se vive con la esperanza y el deseo de que el Señor vuelva. Esa vuelta tendrá lugar al final de los tiempos.

La exaltación de Cristo en la Ascensión hay, pues, que verla a la luz de la unidad del Misterio Pascual. La Ascensión hace definitiva la victoria de Cristo sobre la muerte conseguida en la Resurrección, es la plenitud de la Resurrección. Pero tiene su comienzo en la misma Cruz. La glorificación de Cristo comienza con la muerte de cruz, ya que en ella, en la Cruz, se realiza el sacrificio supremo y definitivo y tiene lugar el triunfo absoluto sobre el pecado y la muerte. La Resurrección, la Ascensión y el envío del Espíritu Santo son fruto de la Cruz.

2. Los testimonios del Nuevo Testamento acerca de la Ascensión del Señor

Pueden clasificarse en tres grupos:

a) Textos que describen el hecho visible e histórico: En este grupo se incluyen los tres textos clásicos de Mc 16, 19; Lc 24, 50 - 52, y Hch 1, 6 - 11.

b) Textos que contienen un enunciado genérico sobre la Ascensión: Afirman explícitamente que Jesús ha ascendido al cielo pero sin precisar el hecho visible ni las circunstancias

c) Textos que no mencionan explícitamente la Ascensión, pero se refieren a ella implícitamente.

3. La Narración del acontecimiento de la Ascensión

A continuación haremos un resumen del contenido de los relatos que nos narran el suceso de la ascensión.

a) El de Marcos 16, 19 se presenta como un sumario. En é señala la exaltación de Jesús: con el nombre de «Señor», con la mención del «cielo» y con la expresión «sentarse a la derecha».

«Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios».

b) El de Lucas 24, 50 - 52 señala el lugar, la bendición y la adoración como Dios y la entrada de Jesús en el cielo.

«Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo. Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo».

c) El de Hechos 1, 6 - 11, después de hablar del rechazo del Antiguo Israel y la promesa del Espíritu Santo, el texto menciona: el lugar, la nube que, al igual que en la Transfiguración y el Éxodo, señala la gloria de Dios en la que entra Jesús, y las palabras de los dos varones que señalan la glorificación y su venida como Hijo del Hombre trascendente.

«Los que estaban reunidos le preguntaron: “Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?” Él les contestó: “A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra.” Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos. Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: “Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo”».

4. Los motivos de la Ascensión según Santo Tomás de Aquino

Según Santo Tomás de Aquino, Cristo subió a los cielos por tres motivos:

a) Porque el cielo era debido a Cristo por su misma naturaleza: es natural que cada cosa vuelva a su origen y el principio originario de Cristo está en Dios: «Salí del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y me voy al Padre».

b) Correspondía a Cristo el cielo por su victoria: Cristo vino al mundo para luchar contra el diablo, y lo venció; por ello mereció ser encumbrado por encima de todas las cosas: «Yo vencí, y me senté con mi Padre en su trono».

c) Le correspondía por su humildad: Siendo Dios quiso tomar la condición de esclavo, se sometió a la muerte e incluso descendió a los infiernos. Por eso mereció ser ensalzado hasta el cielo: «El mismo que bajó es el que subió sobre todos los cielos para llenarlo todo».

5. El hecho de la Ascensión y su valor salvífico

Aunque en esencia, para Jesucristo, la Ascensión coincide con su resurrección y en este sentido no añade nada a su glorificación, sí tiene importancia, sin embargo, en la historia de la salvación. El Señor mismo alude a ese aspecto salvador al decir: «Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré». Dios quiso que la misión del Espíritu Santo en la Iglesia y en el mundo se hiciera mediante la Humanidad de Jesús, que así es para nosotros fuente de todo bien. Y donando el Espíritu, Cristo se hace Salvador en el sentido más profundo de la palabra. Él puede hacerse presente a todos los hombres con su fuerza salvífica.

La Ascensión del Señor no significa, sin embargo, su ausencia A este respecto es muy significativa la promesa de Jesús: «Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo». Estas palabras de S. León Magno que ahora se cita lo explica de modo claro: «Él (Cristo), cuando bajó a nosotros, no dejó el cielo; tampoco nos ha dejado a nosotros, al volver al cielo.

Él mismo asegura que no dejó el cielo mientras estaba con nosotros, pues que afirma: Nadie ha subido al cielo sino aquel que ha bajado del cielo, el Hijo del hombre, que está en el cielo. Esto lo dice en razón de la unidad que existe entre él, nuestra cabeza, y nosotros, su cuerpo. Y nadie, excepto él, podría decirlo, ya que nosotros estamos identificados con él, en virtud de que él, por nuestra causa, se hizo Hijo del hombre, y nosotros, por él, hemos sido hechos hijos de Dios».

Esta presencia permanente del Señor es la base de la confianza y seguridad de los Apóstoles que «se volvieron a Jerusalén con gran gozo» y garantía de la presencia del Señor en su Iglesia que camina en la tierra.

6. “Y está sentado a la derecha del Padre”

Con la Ascensión se encuentra ligado lo que la Sagrada Escritura califica como «estar sentado a la derecha del Padre» antigua expresión bíblica con la que se afirma la potestad regia y el sacerdocio del Mesías.

Esta expresión no hay que entenderla en sentido literal, sino metafórico: en cuanto Dios, estar sentado a la derecha del Padre significa ser de la misma categoría que Éste; en cuanto hombre, quiere decir que Cristo tiene la absoluta preeminencia sobre los ángeles y santos, y que participa de la majestad y poder de Dios como Soberano y Juez del universo. Es el ejercicio de esta potestad el que causa nuestra salvación.

Pero, ¿no tenía esa «potestad» por ser Dios Hijo? La respuesta es afirmativa, de que tenía esa potestad por ser Hijo, pero el ejercicio efectivo de tal poder sobre el universo entero sólo lo recibe, también como premio a su anonadamiento y obediencia hasta la muerte en la exaltación. Esto queda expresado en este famoso pasaje paulino: « (Cristo) el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre».

JESÚS NOS ENVÍA EL ESPÍRITU SANTO

1. La fiesta de Pentecostés

Esta fiesta tiene su origen en el Antiguo Testamento, siendo allí una fiesta, al parecer, de origen agrícola (en ella se hacía una acción de gracias a Dios por la recogida de la cosecha). Luego se añadió el motivo de conmemorar la promulgación de la Alianza del Sinaí (en ella se celebra la entrega de la ley por Dios a Moisés en el Sinaí).

A partir del envío del Espíritu Santo en ese día por Cristo glorioso, la fiesta de Pentecostés tiene para los cristianos un sentido nuevo. En ella se celebra la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia cincuenta días después de la resurrección de Cristo.

2. El relato del acontecimiento del día de Pentecostés

Del texto que nos transmite el acontecimiento del día de Pentecostés podemos destacar lo siguiente:

a) En ella se cumple la promesa del envío del Espíritu Santo que Jesús había prometido.

b) Los presentes eran los Doce apóstoles y la Virgen María.

c) El que viene es el Espíritu Santo, que se manifiesta por medio de una “ráfaga de viento” y “como lenguas de fuego”.

d) Los Apóstoles, y la Iglesia, se convertirán en testigos del Resucitado.

«Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar». En el día de Pentecostés se hallaban reunidos, al parecer en el Cenáculo, los Doce y, sin duda, también María, la madre de Jesús; ésta es la interpretación más aceptada de «todos».

«De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso que llenó toda la casa en que se encontraban». La primera de las señales de la presencia del Espíritu aparece en el viento; hay cierta identificación -incluso terminológica-, entre viento y Espíritu, y el viento aparece en el A. T. como una de las manifestaciones de la divinidad.

«Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que dividiéndose se posaron sobre cada uno de ellos»; también el fuego era uno de los signos teofánicos en el Antiguo Testamento; la forma de lenguas guarda cierta relación con el don de lenguas que entonces se les comunica.

«Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse”; en el milagro de Pentecostés el don de lenguas por el que todos los pueblos pueden oír hablar de las maravillas de Dios, además de ser una señal de la presencia del Espíritu Santo, encierra una honda significación; con ello se hace realidad la promesa del Señor de que los Apóstoles serán sus testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria y hasta los extremos de la tierra; y se muestra así que la Iglesia fundada por Cristo está abierta a todos los pueblos; el entendimiento universal es a la vez el signo de la unidad de todos los pueblos en Cristo por el Espíritu, antítesis de la dispersión por la confusión de lenguas en Babel. La reacción de los que escuchan a los Apóstoles agraciados con este don es de admiración y sorpresa, aunque debido, sin duda, al entusiasmo y exaltación de sus palabras algunos piensan que están ebrios. La fuerza del Espíritu Santo que han recibido impulsa a los Apóstoles a presentarse al pueblo y predicar, haciéndolo S. Pedro como cabeza de los once que le acompañan.

3. El misterio Pascual y la efusión del Espíritu

Santo En el Nuevo Testamento la relación entre Jesús y el Espíritu Santo es señalada en una doble dirección, como dos líneas que convergen: En primer lugar, Jesús aparece como fruto del Espíritu; y, en segundo lugar, el Espíritu aparece también como la donación mesiánica por excelencia:

a) Jesús aparece como fruto del Espíritu: toda la vida de Jesús, desde su concepción hasta su resurrección está bajo el signo del Espíritu, de forma que el actuar de Jesús y la acción del Espíritu están unidas tan estrechamente que resultan inseparables.

Tras Pentecostés, los Apóstoles se convierten en Testigos del Señor hasta el extremo de la tierra.

b) El Espíritu aparece también como la donación mesiánica por excelencia: La donación del Espíritu Santo pertenece al núcleo más esencial del mesianismo de Cristo. En su última aparición, promete a los discípulos que recibirán el poder del Espíritu que vendrá sobre ellos y serán sus testigos hasta el extremo de la tierra.

Esta donación es fruto de la exaltación de Jesús y con ella comienza el caminar de la Iglesia y se consuma la nueva y definitiva Alianza de Dios con los hombres.

4. Pero ¿Quién es el Espíritu Santo?

El Espíritu Santo es Dios, es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad y del que menos sabemos; de hecho es señalado como el “gran desconocido”. Es el amor que existe entre el Padre y el Hijo. Este amor es tan grande y tan perfecto que forma una tercera persona.

Tres nombres fundamentales son propios del Espíritu Santo, y los tres están basados directamente en la Sagrada Escritura: Espíritu Santo, Amor y Don.

Otros nombres que recibe son: “paráclito”, “Espíritu de Cristo”, “Espíritu Creador”,

“Espíritu de Verdad”, “virtud del altísimo”, “Huésped del alma”.

5. La Revelación del Espíritu Santo

a. En el Antiguo Testamento

La Escritura antigua suele hablar del Espíritu divino en cuanto fuerza vivificante de la creación entera, ya desde su inicio. Más aún: el Espíritu divino se revela innumerables veces como acción salvadora de Yahvé entre los hombres. Es, en efecto, el Espíritu de Yahvé el que impulsa a Sansón, establece y asiste a los jueces o a los reyes, ilumina sobrenaturalmente a José, a Daniel, asiste con su prudencia a Moisés y a los setenta ancianos, y sobre todo, inspira a los profetas.

En todos estos casos, el Espíritu divino es dado a ciertos hombres elegidos, aunque todavía en escasa medida. Por otra parte, desde el fondo de los siglos, anuncia la Escritura que, en la plenitud de los tiempos, Dios establecerá un Mesías, en el que residirá con absoluta plenitud el Espíritu divino. Y también revela que, a partir de este Mesías, el Espíritu divino será difundido entre todos los hombres: «Yo les daré otro corazón, y pondré en ellos un espíritu nuevo; quitaré de su cuerpo su corazón de piedra, y les daré un corazón de carne, para que sigan mis mandamientos, y observen y practiquen mis leyes, y vengan a ser mi pueblo y sea yo su Dios».

b. Nuevo Testamento

La revelación plena de la Trinidad divina, y por tanto del Espíritu Santo, va a producirse en nuestro Señor Jesucristo. Es en los Evangelios donde el Espíritu divino se revela muchas veces en cuanto distinto del Padre y del Hijo. Hemos de ver todo esto más detenidamente en el capítulo próximo; pero aquí exponemos brevemente los rasgos principales de la revelación del Espíritu Santo en el evangelio.

Es el Espíritu Santo el que encarna al Hijo divino en las entrañas de María. Es Él quien desvela este misterio a Isabel, a Zacarías, a Simeón.

Es el Espíritu Santo quien, en las orillas del Jordán, al mismo tiempo que se oye la voz del Padre, desciende en figura de paloma sobre el Hijo encarnado. Padre, Hijo y Espíritu Santo, por primera vez, se manifiestan maravillosamente epifanía como Personas divinas distintas.

Es el Espíritu Santo quien conduce a Jesús al desierto, para que luego, saliendo de él, inicie su ministerio como Profeta enviado por el Padre. Es Él quien alegra a Cristo, mostrándole la predilección del Padre por los pequeños. Por Él hace Jesús milagros admirables, revelando su condición mesiánica de Enviado de Dios.

En la última Cena, Jesús anuncia a sus discípulos que, una vez vuelto al Padre, vendrá sobre ellos el Espíritu divino: recibirán «el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre». Tres Personas distintas, las tres divinas e iguales en eternidad, santidad, omnipotencia... Poco después, en la cruz redentora, «Cristo se ofreció a sí mismo inmaculado a Dios por el Espíritu eterno». Es en el fuego del Espíritu Santo, en la llama del amor divino, en el que Cristo ofrece al Padre el holocausto redentor de su vida.

Y en seguida, en Pentecostés, nace la Iglesia, que, como Jesús, nace «por obra del Espíritu Santo». Él es, con los apóstoles, el protagonista de la evangelización: «llenos del Espíritu Santo, hablaban la Palabra de Dios con libertad».

Los hombres que acogen con fe el Evangelio de Cristo vuelven a nacer, esta vez «del agua y del Espíritu». Y son bautizados «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo»: tres distintas Personas divinas, en un solo Dios verdadero.

En adelante, pues, toda la vida sobrenatural cristiana será explicada en clave trinitaria. Los que viven en Cristo, iluminados y movidos por el Espíritu Santo, ésos son los hijos de Dios. Y ellos se saludan entre sí en el nombre divino de la Trinidad: «La gracia del Señor Jesucristo, la caridad de Dios y la comunicación del Espíritu Santo sean con todos vosotros».

6. Los dones y frutos del espíritu santo

a. Los Dones del Espíritu Santo

«Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias del alma (hasta aquí, como las virtudes) para recibir y secundar con facilidad las iluminaciones y mociones del propio Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano (aquí la diferencia específica)».

Estos dones son absolutamente necesarios para la perfección de las virtudes infusas. En efecto, no hay perfección evangélica si no se llega a la vida mística pasiva: «Los dones, cuando son activados habitualmente por obra del Espíritu Santo, elevan al justo a la vida mística y le llevan, por tanto, a la perfección cristiana. Son, pues, muy excelentes. Las virtudes teologales, como es sabido, la fe y la esperanza, concretamente, son para este tiempo de peregrinación; en tanto que solo la caridad permanecerá en el cielo. Por el contrario, «tanta es la excelencia [de los dones del Espíritu Santo], que perseveran intactos, aunque más perfectos, en el reino celestial».

Incluso para la misma salvación eterna. En efecto, al ser infundidas las virtudes sobrenaturales en una naturaleza humana debilitada y mal inclinada por el pecado, aunque hay en ellas fuerza para vencer en todo al mal, de hecho, la persona caerá no pocas veces en el pecado, más o menos claramente advertido y consentido, sobre todo en el caso de ciertas tentaciones graves y súbitas.

Todos los dones del Espíritu Santo son perfectísimos, evidentemente. Sin embargo, la tradición teológica y espiritual suele ver en ellos una escala ascendente de menor a mayor excelencia: en la base pone el temor de Dios y en la cumbre el don de sabiduría.

Santo Tomás enseña que todos los dones del Espíritu Santo están vinculados entre sí, de tal modo que se potencian mutuamente: el don de fortaleza, por ejemplo, ayuda al de consejo, y éste abre camino al don de ciencia, etc.

Los siete dones del Espíritu Santo son:

a) «Don de Ciencia», es el don del Espíritu Santo que nos permite acceder al conocimiento. Es la luz invocada por el cristiano para sostener la fe del bautismo.

b) «Don de Consejo», saber decidir con acierto, aconsejar a los otros fácilmente y en el momento necesario conforme a la voluntad de Dios.

c) «Don de Fortaleza», es el don que el Espíritu Santo concede al fiel, ayuda en la perseverancia, es una fuerza sobrenatural.

d) «Don de Inteligencia», es el del Espíritu Santo que nos lleva al camino de la contemplación, camino para acercarse a Dios.

e) «Don de Piedad», el corazón del cristiano no debe ser ni frío ni indiferente. El calor en la fe y el cumplimiento del bien es el don de la piedad, que el Espíritu Santo derrama en las almas.

f) «Don de Sabiduría», es concedido por el Espíritu Santo que nos permite apreciar lo que vemos, lo que presentimos de la obra divina.

g) «Don de Temor», es el don que nos salva del orgullo, sabiendo que lo debemos todo a la misericordia divina.

b. Los frutos del Espíritu Santo

«Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo como primicias de la gloria eterna. Son los actos procedentes de los dones del Espíritu Santo».

La tradición de la Iglesia enumera doce: Caridad, Gozo, Paz, Paciencia, Longanimidad, Bondad, Benignidad, Mansedumbre, Fidelidad, Modestia, Continencia y Castidad.